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Una Crónica Verídica de un Artista Mexicano

Alberto Aizenman

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La autoficción está de moda; últimamente, se les ha dado a varios cineastas famosos contar historias de sus propias vidas. Este año fueron The Fabelmans, de Spielberg (que está nominada a todos los premios) y Armageddon Time, de James Gray. En años anteriores, Belfast, de Kenneth Brannagh; Roma, de Cuarón; y Dolor y Gloria, de Almodóvar, fueron unos de varios ejemplos de películas en las que los autores nos daban un vistazo a su pasado y/o vida personal. Pero quizás la que más destaca entre la multitud, es Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades. Diciendo esto, no me refiero a que sea mejor que todas, sino a que la manera en la que Iñárritu aborda el tema de su propia vida es completamente diferente a lo que usualmente vemos en este tipo de cine. Para ver porqué, tenemos que regresar seis películas al pasado.


El año 2000 fue un parteaguas para el cine mexicano. En el festival de cine de Cannes en la Riviera Francesa, la cinta debut de un joven cineasta mexicano fue recibida con furor por los críticos del prestigioso festival. En los meses siguientes, Amores Perros provocó similares reacciones en miles de personas a través del mundo. Rápidamente se volvió la película mexicana más exitosa, sino de toda la historia, definitivamente desde los días de Buñuel y el llamado Cine de Oro. La cinta catapultó a su estrella, Gael García Bernal, y a su director, Alejandro González Iñárritu, a la fama. En los años subsiguientes, el director expandió su obra a Hollywood. Usando una estructura similar a la de Amores Perros de historias entrelazadas y conflictos íntimos, Iñárritu pronto llegó a la cima del cine internacional. En 2014, su película Birdman se volvió un éxito y ganó Mejor Película en los Oscares. Al año siguiente casi lo vuelve a hacer con The Revenant.


Veintitrés años después, habiéndose establecido como uno de los cineastas más prestigiosos de nuestro tiempo, regresa a México. Este retorno a su patria es en gran parte el tema de la película; en particular, como choca con el “agringamiento” que han vivido el protagonista (que claro es un stand-in de Iñárritu) y su familia después de años en Estados Unidos. El director deja esto claro desde las escenas iniciales, en una toma espectacular que recrea la infame invasión americana y a los niños héroes.


Escenas como estas nos recuerdan una y otra vez que no estamos lidiando con la realidad. Hay algo casualmente surrealista sobre Bardo. Lo vemos en las transiciones de fantasía a realidad, las interacciones con personajes históricos y la manipulación del sonido. Está en todas partes. Es una película tan meta que casi se ínsula de cualquier crítica al ego de su autor, pero al ser una película tan personal y extraña, acaba funcionando. No es tan común ver a un artista mexicano poder expresar su mexicanidad y su mundo interior a esta escala.


En cierto modo, el hecho de que Iñárritu se haya expuesto de esta manera es más un acto de valor que de pretensión. El director nos da un vistazo a los rincones más privados y vulnerables de su vida, algo que muchos otros han temido hacer. Iñarritu se inspira en el surrealismo de Fellini, la poesía visual de Tarkovsky, y la distorsión narrativa de Godard, pero Bardo es algo que es completamente suyo. Todo el estilo Iñárrituesco sigue intacto. Si esta acaba siendo la última cinta de su carrera, es definitivamente una gran culminación de sus sensibilidades artísticas y una de las mejores películas mexicanas de la década.

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