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Foto del escritorRegina Oteiza

Tiempos satánicos: el cine de terror como un reflejo gnóstico de la cultura

Regina Oteiza Arrieta


Tiempos Satánicos

El cine de terror se ha convertido en uno de los géneros más comerciales de los últimos años. No sólo es un género explotado por las demandas de reproducción de la época, sino también por formas de representación cada vez más pobres y predecibles. Sin embargo, este medio nace de un problema fundamentalmente filosófico: el problema del mal. ¿Qué es el mal?, ¿quiénes lo ejecutan?, ¿quién decide qué es?, ¿qué podemos hacer al respecto? A través de las narrativas y figuras que configuran el terror, se busca dar respuesta a estas preguntas.


Aunque es un problema que preocupa al género completo, la visión más interesante sobre el mal se está encaminando por una vía: la vía religiosa. En el Sundance Film Festival de 2022, se proyectó un cortometraje titulado Portrait of God. Una mujer religiosa se prepara para presentar un retrato de Dios, del cual algunos aseguran ver una figura tenebrosa pero hermosa, mientras que otros no ven nada. En los últimos minutos del corto, la mujer no sólo logra ver la figura, sino que Dios mismo se le presenta: tiene ojos de luz, unas manos cadavéricas ensangrentadas y una urgencia por la mirada de la mujer. Al final, queda implícito que la mujer muere por la intensidad de la experiencia.


Este corto, al igual que otras formas de cine, parte de la concepción mística-filosófica de lo sublime. Kant escribió que la experiencia dinámica de lo sublime se da como experiencia estética que trasciende los límites de nuestra comprensión y conocimiento; provocando sensaciones como el asombro, el terror y la admiración, debido al reconocimiento de nuestra propia vulnerabilidad y mortalidad ante semejante poder. Sin embargo, parece ser que el corto acaba por interpretar a lo sublime como un mal puro, no como un poder divino con gracia. Mientras que algunas opiniones sobre el corto sólo reconocen el aspecto misterioso y terrorífico del fenómeno religioso, otras, de hecho, expresan que es una crítica al cristianismo y que éste no se da cuenta que presupone una maldad trascendente.


La película Stigmata (1999) aborda el problema de otra manera: las marcas espontáneas que comienzan a aparecer en el cuerpo de la protagonista —marcas que históricamente se han considerado como signos milagrosos porque mimetizan a las de Cristo en su crucifixión— se revelan posteriormente como manifestación de posesión demoníaca, y no como obra de la Gracia Divina.


Podría concluirse de la película que la confirmación del mal sólo se da en estas fuerzas demoníacas, pero la crítica toma otro camino: el ocultamiento por parte de la Iglesia de este tipo de fenómenos para manipular a su comunidad; la institución religiosa que ejecuta los mismos pecados que condena, como la mentira y avaricia; y cómo manipula la historia para conservar su poder.

The Witch (2015), por su parte, aborda los esfuerzos de represión y de formación a través del puritanismo y la familia, así como la liberación de éstos debido a la conversión de la protagonista en bruja. La mayoría de la crítica con enfoque feminista remarca la posibilidad de transformación de Thomasin gracias a la cabra, el mismísimo Satanás.


Este tipo de terror es cada vez más frecuente, y lo que está sucediendo en él es un giro del mal dentro del ámbito religioso. Lo particular de este acercamiento mediante la vía religiosa es que no se trata de una fuerza divina que salva a los personajes de un infierno en la tierra, ni de la violencia desatada por las fuerzas malignas, sino más bien el verdadero mal se le recrimina a la divinidad ausente, a un Dios maligno que permite semejantes atrocidades. Lo demoníaco, entonces, es percibido como un “mal menor”, pero sobre todo comienza a ocupar un lugar nuevo en la jerarquía: un lugar de emancipación y rebeldía.


Aunque no todo el terror religioso afirma lo anterior, es cierto que películas como las anteriores ocupan cada vez más espacio en el cine, prestándose a críticas no sólo sobre la religión, sino sobre el papel de Dios. En contraste, la figura del demonio se está gestando como una especie de símbolo revolucionario: figura de la sublevación, desveladora de “la verdad”; no como un corriente sofista que, mediante el ágil manejo de la retórica, busca persuadir a los humanos de desviarse del camino recto.


El fondo del asunto es precisamente ese: hoy en día, la cultura considera a Dios con un paradigma distinto al medieval debido a una transvaloración; es decir, a una revaluación de ciertos atributos Dios que ahora son trasladados a la figura del demonio. Dios ha dejado de ser justo, ha dejado de ser Amor; la opresión, la violencia a la que Dios nos ha sometido ha de ser combatida con la fuerza de sublevación y libertad: lo demoníaco.


Tiempos Satánicos

Como expliqué al inicio, el terror busca dar respuesta a la cuestión del mal; pero, ¿qué estamos haciendo cuando preguntamos por el mal, el mal como algo que existe, que es?, ¿no acaso le estaremos dando realidad: un lugar en el mundo? Lo maravilloso del cine como fenómeno cultural es que sirve como un reflejo de su tiempo. Por tanto, al hablar del terror religioso, lanzo una serie de preguntas: ¿qué nos dicen estas representaciones del terror de nuestros tiempos?, ¿qué reflejo nos lanzan de nuestras propias narrativas? Podemos incluso ir más lejos; esta nueva representación del mal, ¿acaso será herencia del paradigma gnóstico en la teología? ¿Por qué nuestro tiempo se empeña en intimar con él?


El gnosticismo emerge como un movimiento religioso distinto dentro del cristianismo temprano. Sus enseñanzas comúnmente ofrecían interpretaciones alternas a la interpretación de las escrituras cristianas y remarcaban el “conocimiento secreto” (gnosis) como la llave de la salvación. Hacia finales del siglo IV, comenzó a decaer como movimiento religioso organizado, debido al aumento de influencia del cristianismo ortodoxo y a acusaciones de herejía. Dada la complejidad del gnosticismo, y para propósitos de este texto, sólo me enfocaré en dos aspectos: su cosmovisión y su concepción del mal.


A diferencia de la mitología bíblica, en el gnosticismo hay una jerarquía compleja de seres divinos que emanan del mismísimo Dios, último e imposible de conocer. El mundo material, nuestro mundo, lo crea el Demiurgo: una deidad inferior considerada por la tradición como imperfecta y malvada. Hoy en día, parece que concebimos a la figura de Dios más como este demiurgo y menos como el Dios de las Escrituras; reprobamos la existencia del mal, de la injusticia y la imperfección que habitan el mundo, lo cual significa que vemos a Dios como malo, injusto e imperfecto.


Por otro lado, el gnosticismo inaugura un espacio en el cual el mal se vuelve algo localizable: el mal es algo que está afuera, es cuerpo y cosa, y el alma humana ha caído en él, ha sido arrojada. El gnosticismo es así una visión trágica del cosmos, ya que, debido a que el mal se encuentra “ontologizado”, no hubo libertad ni responsabilidad en el pecar, sino que se relaciona con la desgracia de existir. Esta visión se opone completamente a la patrística, la tradición cristiana que se apegó a una lectura mucho más apegada a las Escrituras y al estudio de la naturaleza de Dios. El filósofo medieval San Agustín, quien parte de ella, considera el mal como responsabilidad del primer hombre debido a su libertad de elección. Por ello, el cosmos gnóstico se encuentra ante todo satanizado: al conferir materialidad y exterioridad al mal, este se vuelve la mundanidad misma del mundo; de ahí que la gnosis parta de la defectuosidad del mundo terrestre.


Nuestros tiempos parecen estar fortaleciéndose por la consecuencia que tiene esta “ontologización” del mal: el reclamo a Dios. Le decimos “si Tú, que eres tan grande como dices ser, si siquiera has de existir, ¿por qué permites que exista el mal?, ¿por qué nos has arrojado a él?”. San Agustín, afirmó que, si el alma se cree arrojada al mal, es ahí cuando siente que tiene el derecho de reclamarle a Dios: "Me has arrojado a la desgracia, ¿acaso no eres cruel por haber querido que yo sufra por tu reino, contra el cual esta nación de tinieblas no podía hacer nada?”.


En nuestro imaginario simbólico del momento, nos concebimos como arrojados a ese mal; pero hemos logrado algo que San Agustín consideraría entonces no sólo contradictorio, sino imposible: nos hemos vuelto amantes de ese mal. Como cultura, disfrutamos ver a Dios representado no sólo como mentiroso o injusto, sino ridiculizado, exactamente como sucede en el tipo de películas de terror mencionadas. Como respuesta, adoptamos las fuerzas demoníacas no sólo como armas para defendernos, sino como interioridad: se vuelven en talismanes que pretenden afirmar la voluntad propia ante la de Dios; en una venganza contra Él por habernos arrojado al mal y habernos desamparado. Así, todo el paradigma gnóstico del cual se ha aliado nuestro tiempo evoca emociones como la decepción, el enojo y orgullo, culminando en un reclamo cultural.


Hay un deseo en nuestros tiempos por anular la trascendencia, pero este deseo parece habernos llevado a un discurso de resentimiento hacia esa misma trascendencia. Hemos tomado a Dios como el responsable de lanzarnos a un mundo injusto, y esto revela algo más: la imagen que tenemos de nosotros mismos es satánica, se identifica con la del caído. Esta identificación, esta emancipación de las fuerzas demoníacas, ¿puede ser más que una imagen de resentimiento? Estas expresiones culturales representadas por el cine de terror, ¿no son más que el eco soberbio de los primeros padres?, ¿no somos acaso herederos de este reclamo original a Dios?


No sólo hemos perdido la fe en un Dios, sino que buscamos anular completamente la trascendencia debido a esta decepción compartida; debido a la pérdida de ideales. Sin embargo, esta inmanencia en la que queremos habitar es satánica, debido a la reiteración de fuerzas demoníacas y a la “ontologización” del mal. Así, la patrística, consideración mucho más ortodoxa de Dios y del mal, influye cada vez menos en los movimientos de Occidente, mientras que la ontología gnóstica del mal cobra más fuerza, abarca más espacios.




Fuentes:

Clark, Dylan. Portrait of God. Producción ind. 2022. Accedido en youtube.com/watch?v=BI9fKfX5V68&ab_channel=DylanClark


De Hipona, Agustín. 2005. Confesiones. Buenos Aires: Editorial Losada.


Eggers, Robert. The Witch. A24. 2015.

 

Ricoeur, Jacques. 2003. El conflicto de las interpretaciones. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica de Argentina.

 

Wainwright, Rupert. Stigmata. Metro-Goldwyn-Mayor. 1999.






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