Simha Harari
Durante los últimos meses me he vuelto una observadora ávida y curiosa del fenómeno Taylor Swift: desde el éxito exorbitante del Eras Tour, su nombramiento como «persona del año» por la revista Time, hasta el reciente lanzamiento de su último disco, que en veinticuatro horas superó las doscientas millones de reproducciones en Spotify (Horowitz, 2024). Sin embargo, no me parece tan interesante la propia Taylor como su fandom.
Este artículo explora cómo el fandom swiftie se ha configurado desde contextos radicalmente distintos, entre grupos muy diversos y ha logrado conformar lo que Benedict Anderson llamaría una «comunidad imaginaria» (1983). Anderson utilizaba este concepto para describir al nacionalismo del siglo XX y le servía para entender de qué modo las personas comenzaban a percibirse como parte de un grupo-nación. Así, la palabra «imaginaria» no quiere decir «falsa». Más bien, se refiere a que las comunidades se constituyen a partir y a través de imágenes, las cuales se inmiscuyen y se asientan en la psique social de sus integrantes. Por tanto, no existen comunidades que no sean imaginarias; lo interesante es preguntar de qué manera en particular se imaginan (1983).
Con el fenómeno Taylor Swift podemos plantear la misma cuestión: ¿Qué imaginarios constituyen a la comunidad swiftie? ¿Qué la distingue de otras comunidades-fandoms de la especie? ¿Cómo explicamos, por ejemplo, las especulaciones que han proliferado sobre la potencial injerencia de Taylor en las elecciones estadounidenses?
Además de estas preguntas clásicas, hay otra reflexión de fondo: ¿qué une a las personas actualmente? En su libro, Las comunidades imaginadas, Anderson hace un rastreo histórico y afirma que el pegamento social por defecto, durante un largo periodo, fue la religión. Más tarde— con las transformaciones de la era moderna—, se hizo necesario que aquello fuera suplido por una forma secular. Y de tal necesidad surgió la idea de nación (1983).
Sin embargo, ¿qué pasa hoy en día ante las crisis de identidad nacional? ¿Será posible que el nuevo modo de construir comunidades sea a través del gusto compartido de la cultura? ¿Serán la estética, el juicio y el consumo los nuevos fundamentos de nuestras identidades sociales? Incluso, ¿puede ser el fandom un componente identitario más fuerte que la nación? Taylor Swift y la comunidad imaginaria de swifties son ejemplos poderosos para observar estas nuevas búsquedas de sentido colectivo, lo cual a su vez puede decirnos mucho del siglo XXI y sus recovecos políticos.
Este artículo no pretende ser directamente crítico con el fenómeno Taylor Swift, ni tampoco pretende recuperar su valor. Es un artículo que ostenta un espacio de convivencia entre las lecturas paranoicas y las reparativas; de algún modo, es un intento de reconciliar la sospecha con el cariño.
¿De qué modo se imagina la comunidad swiftie?
En el libro Ayer soñé con Taylor: Visiones, ensoñaciones y fantasías swifties, José Bellas y Paz Azcárate (2023) recogen las vivencias en primera persona de cien swifties en Argentina. Como el título lo anuncia, se trata de una compilación narrativa de sueños en los que aparece la propia Taylor, su música y una serie de elementos culturales asociados a su figura.
La mayoría de los relatos se leen como entradas en diarios íntimos que dejan al descubierto una red de afectos compartidos, casi en la forma de un inconsciente freudiano, pero que esta vez exige una interpretación en clave colectiva y política, lejos de la individual que propondría la tradición psicoanalítica. Hay que destacar que la demografía de estos cien participantes contiene paridad de género y diversidad de edades, aunque el libro no hace explícitas otras características como la raza, la clase social o la posición en el espectro político (cosa que habría sido fascinante incluir).
Entre las cien narrativas de ensoñaciones se desplazan elementos en común de la mitopoética swiftie; se asoman de forma recurrente y en un tenor casi simbólico a lo largo del libro: la transición por sus distintas eras, los labios rojos, el penthouse de la calle Cornelia, el número 13, la mitología de los exes —desde Joe Jonas hasta Joe Alwyn—, los gatos, su cabello rubio, el tul morado de Speak Now, algunas letras icónicas (que los participantes describen como sus himnos), imágenes de sus videos, el momento cuando anunció el Eras Tour, las secret sessions, la experiencia de anticipación por sus discos —y luego la vivencia colectiva de descifrarlos—, y, por supuesto, Taylor misma (Azcárate y Bellas, 2023).
La mayoría de los sueños narran encuentros con Taylor; encuentros donde se entremezcla la sorpresa y la absoluta familiaridad, como si ella fuera una amiga cercana a la que no habían visto en mucho tiempo. Las descripciones de ella reflejan una admiración distante, pero también una complicidad íntima. En una de las imágenes del libro, Taylor aparece al lado de una placa de Evita Perón con la frase: «eterna en el corazón del pueblo» (2023, p. 72).
Sin embargo, más que la presencia de Taylor como personaje, me interesa la interafectividad e interdiscursividad que afloran en la superficie del libro; y es tan transparente que ni siquiera es necesario leer con mucha atención para notarlo. Ayer soñé con Taylor ilustra la construcción de una comunidad imaginaria a partir de un acceso compartido a una gramática afectiva ensamblada por la música de Taylor (y por Taylor como fenómeno). En su artículo para Rolling Stone, Taylor Swift, la chica del siglo XXI que le canta (le habla y le susurra) a una nueva generación pop, Tamara Tenenbaum dice:
Incluso cuando Taylor creía que hacía autobiografía estaba haciendo un personaje, el de una chica común que se enamora y sufre, uno que no tiene nada que ver con ella, pero que entendió mejor que nadie cómo es ser esa chica en el siglo XXI, el siglo en el que la pregunta no es ni cuándo me voy a casar ni tampoco el falso empoderamiento de decir que esas cosas no nos interesan. (2023, párr. 11)
En el libro queda claro este dispositivo: la combinación entre autenticidad y estrategia (como le llamaría Tamara) que construye un perfecto pegamento afectivo entre Taylor y su fandom.
Dado que Ayer soñé con Taylor está situado en Argentina, cabe la pregunta de si dicho proceso es extrapolable a otros contextos. Pero no sería difícil afirmar que sí. En Listening to Taylor Swift in Prison, Joe Garcia (2023) narra su relación con Taylor Swift desde prisión, y cuenta cómo su música lo ha hecho sentir conectado con «el mundo que dejó atrás». A lo largo del artículo, relata, en paralelo, las anécdotas de una serie de corazones rotos y su descubrimiento de las distintas eras. Me parece que, fluyendo entre sus párrafos, está la misma gramática afectiva swiftie que mencionaba antes: existe, desde Argentina hasta una prisión Norteamericana, una forma de imaginación o, si se quiere, de ensoñación, común.
El fandom como unidad política
Anderson habla de que al nacionalismo se le han atribuido una serie de paradojas, entre ellas su innegable fuerza política, a pesar de su vacuidad filosófica e incoherencia (1983). ¿Será eso comparable con el fandom como unidad política? Creo que al menos podría ser una clave para explicar fenómenos como la influencia especulada de Taylor en las elecciones: el fandom como comunidad imaginaria no tiene un contenido político, pero sí una cohesión tan fuerte como para tener efectos en la atmósfera política.
¿A qué se debe esta cohesión? Ya decía que Anderson hace una distinción formal entre la religión y los nacionalismos, y relata cómo lo segundo se erigió en lugar de lo primero. Dice que los cambios estructurales y epistemológicos de la modernidad desplazaron a las religiones, pero no hicieron a la necesidad humana de continuidad (o de certeza) menos prominente. Al contrario: en un nuevo orden social donde lo sólido se desvanecía en el aire, «[...] se requería una transformación secular de la fatalidad en continuidad, de la contingencia en significado. Pocas cosas eran (son) más adecuadas para este fin que una idea de nación» (Anderson, 1983, p. 11).
¿Es posible afirmar que, en la contemporaneidad, el fandom puede suplir la necesidad de sentido y continuidad? En el prólogo de Ayer soñé con Taylor, titulado Por qué hablamos de Dios cuando hablamos de Taylor Swift, Carmen Sánchez Viamonte dice:
Lo que genera Taylor no es solo fanatismo, es un sentimiento revolucionario, cuya única arma es la más poderosa de todas: un flechazo directo a lo más profundo, al espíritu, apelando a la sensibilidad humana. Con sus discos creó un espacio a salvo y con su accionar, un ejemplo. (Azcárate y Bellas, 2023, p. 25)
¿Cuál será la naturaleza de este «espacio a salvo»? ¿Podrá ser que la música de Taylor en el fondo ofrezca un modo de dar sentido a la contingencia? Quizá. Y es que el error de los movimientos progresistas (o al menos algunos de ellos) es prescribir un rechazo casi heraclíteo a toda noción de continuidad. Pero nadie quiere vivir así. Cualquier persona que haya experimentado la pérdida, el duelo, el amor, o el corazón roto, busca sentirse parte de algo más grande.
Otra característica que Anderson atribuye al nacionalismo es una concepción temporal distinta a la simultaneidad mesiánica de las religiones, donde pasado y futuro se encuentran en un presente que puede ser la salvación o la condena. En lugar de eso, se construye una comprensión temporal homogénea y vacía, en la que es posible imaginar a cualquier cantidad de individuos (o entidades) avanzando en conjunto:
La idea de un organismo sociológico moviéndose calendáricamente a través de un tiempo homogéneo y vacío es un preciso análogo de la idea de la nación, la cual también es concebida como una comunidad sólida avanzando constantemente hacia adelante (o hacia atrás) en la historia (Anderson, 1983, p. 26).
Esto sigue presente en el fandom. Puedes nunca haber conocido más que a un par de swifies, pero aún así tener certeza de que existen y que se mueven en una temporalidad análoga a la tuya. Puedes imaginarles escuchando las mismas canciones que tú, viendo los mismos videos, sintiendo (o incluso soñando) lo mismo.
Lo que no es tan comparable del fandom con la nación es su geografía. Los límites de la comunidad swiftie son amorfos, poco claros. Y esto lo hace sumamente democrático, pero también debemos pensar en la parte oscura de las democracias: aunque no hacen explícito quiénes quedan fuera, sus modos de operar en lo cotidiano, indirecta e implícitamente —y sin malas intenciones—, contienen la exclusión de alguien. Una pregunta pendiente es quiénes quedan fuera del fandom swiftie.
La música de Taylor para mí ha significado muchas cosas. Y, como dije antes, este es un intento de interceder las lecturas paranoicas con las reparativas. No pienso que el fenómeno Taylor tenga efectos exclusivamente positivos o negativos. De hecho, creo que la música y la cultura que valoramos es un gran espejo de cómo está constituida una época. Y quizá no haya nada de especial en la comunidad imaginaria de swifties en comparación con otras comunidades imaginarias (de este u otros momentos históricos), pero por algo estamos escuchando su música, y vale la pena tomar eso al menos como un hito de esta nueva generación pop.
Referencias
Anderson, B. (1983). Imagined Communities. Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. Verso.
Bellas, J., y Azcárate, P. (2023). Ayer soñé con Taylor: Visiones, ensoñaciones y fantasías swifties. Grupo Editorial Planeta.
Garcia, J. (2 de septiembre de 2023). Listening to Taylor Swift in Prison. The New Yorker. Recuperado el 7 de abril de 2024 de https://www.newyorker.com/culture/the-weekend-essay/listening-to-taylor-swift-in-prison
Horowitz, S. J. (2024, April 19). Taylor Swift Makes Spotify History as ‘The Tortured Poets Department’ Becomes First Album to Surpass 200 Million Streams in a Single Day. Variety. Retrieved April 19, 2024, from https://variety.com/2024/music/news/taylor-swift-the-tortured-poets-department-spotify-record-daily-streams-1235977022/
Tenenbaum, T. (10 de noviembre de 2023). Taylor Swift, la chica del siglo XXI que le canta (le habla y le susurra) a una nueva generación pop. Rolling Stone. Recuperado el 7 de abril de 2024 de https://es.rollingstone.com/taylor-swift-la-chica-del-siglo-xxi-que-le-canta-le-habla-y-le-susurra-a-una-nueva-generacion-pop/
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