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Sobre el concepto de la disciplina

o una apología del sacrificio hecho por el ideal de la posibilidad Alan Gold

señor con la espada sentado en las rocas de una cascada

Este pequeño texto tiene un origen algo arbitrario; arbitrario no tanto porque el punto de vista del que parte no tenga una justificación, sino porque responde antes a intuiciones y experiencias personales que a una investigación minuciosa. Sin embargo, estas intuiciones las he mantenido por un periodo de tiempo suficientemente prolongado, y en ello se han ido cristalizando, gestando así una postura más definida sobre la vida. Este texto es una apología de la disciplina; no porque crea que deba de ser defendida, sino porque creo que existe una tendencia a malentenderla y, en ello, rehuirla; como es el caso con otros aspectos de la vida que a primera vista parecen desagradables pero que, de ser tomados propia y voluntariamente, posibilitan una vida más plena; una vida en la cual la voluntad encuentra la libertad de materializarse en mayor plenitud.

​ ¿Cómo entenderemos aquí la disciplina? Como una imposición de la voluntad para procurar sus fines. Es decir que la disciplina, como la entiendo aquí, es autoimpuesta. Su función es resistir a bienes aparentes o menores, en persecución de un bien mayor o un ideal distante. La disciplina entendida así responde a la voluntad en sus más altas aspiraciones; podríamos decir que la disciplina es un medio para concretar la voluntad. La disciplina es así un sacrificio e implica una jerarquización de valores o principios; no sólo no es nihilista o anti-vitalista -como podría parecer en cuanto a que es restrictiva-, sino que tiene una dirección clara. La disciplina es una restricción voluntaria de la libertad con el fin, aparentemente paradójico, de obtener una libertad mayor a la inicial; se trata de reducir posibilidades inmediatas para volverse, al final del día, más libre. La disciplina es un proceso de cambio cumulativo que expande el horizonte de posibilidad desde el cual se parte.

Entonces, tenemos la aparente paradoja; ¿cómo es que reducir mi libertad actual -la única que existe y que tengo-, me llevará a aumentar mi libertad futura -tan sólo un postulado? Comenzamos por reconocer que todos los juegos tienen reglas, y en ello reconocemos que, para jugar, hay que reducir las libres posibilidades para adaptarse a las reglas en turno. La libertad de jugar un juego sólo viene dada desde la responsabilidad de seguir reglas y en ello reducir el margen de acciones posibles. Yo no puedo jugar al fútbol y al mismo tiempo tomar la pelota con la mano dondequiera ni cuando quiera. Si quiero ser licenciado, tendré que, por lo menos, hacer una cantidad mínima de tareas, reportes, exámenes y demás necesidades académicas.

Más allá de estas reglas fijas, que compartimos al jugar el mismo juego, existen otras reglas un tanto más contingentes -reglas para que distintos jugadores procuren ciertos fines dentro de un determinado juego-. Las reglas para jugar no son las reglas que yo sigo para jugar bien. Por ejemplo: en los deportes, así como en otras disciplinas, uno parte del hecho de que no existen dos cuerpos humanos iguales; en ello uno tiene que adaptarse para sacar el mejor provecho de esto -las reglas que yo sigo dentro de una disciplina no serán necesariamente las mismas que tú seguirás-. La técnica que he de buscar probablemente será distinta a la tuya -como son distintos también nuestros ideales- pero al final del día, la constancia estará ahí para mejorarnos. Es sólo al mejorar nuestra técnica dentro de una disciplina que el horizonte de posibilidad dentro de ese juego aumenta; dicen que la práctica hace al maestro, y es desde la repetición y el sacrificio que la excelencia se pone al alcance. Algunos filósofos dirían que la virtud es un hábito que se alcanza desde la práctica. La libertad de alcanzar nuestros ideales recae principalmente en dos factores: la fortuna -que no está a nuestro alcance- y la capacidad de hacer sacrificios en nombre de dichos ideales.

dos señores en las colinas verdes con el cuerpo de agua

Entonces, si la disciplina nos reduce las posibilidades, no es tan sólo para jugar -todos podemos jugar-; hay que seguir aún más reglas para desarrollarnos dentro de un juego. Si yo quiero competir, mejorar, y superarme, tengo que ser consistente en mi entrenamiento. Regresando a la paradoja: la posibilidad de interpretar a Bach en la flauta sólo estará a mi alcance en medida de que sea capaz de disciplinarme acordemente.

He mencionado que la disciplina es malentendida. Creo que dicho malentendido tiene un origen puntual: la vida humana contemporánea es, en términos muy generales (y con sus debidas excepciones), relativamente fácil -más fácil que antaño-. Obviamente, la facilidad de la vida que a uno le toca dependerá fuertemente de varios factores como la suerte, la resiliencia y el privilegio, pero estos factores y otros factores evaden el punto que trato de señalar: hoy en día vivir en una ciudad (o algún pueblo) medianamente grande o desarrollada implica cercanía de acceso a una multitud de bienes que antes quizás ni siquiera existían.

Decía Arturo Damm, filósofo y economista de quien recibí un par de clases, que pocas cosas no habrían dado Adán y Eva, recién expulsados del paraíso, por un Oxxo bien surtido. El entretenimiento literalmente emana desde el cielo por ondas emitidas desde satélites, así como lo hizo este texto para ti; hoy un ser humano con el suficiente poder adquisitivo (que sería risible comparado con las mayores fortunas existentes) podría conocer todos los continentes sin necesidad de caminar demasiado; existen muchas personas que comen mejor que los reyes de la antigüedad y la salud y la belleza poco a poco se pueden comenzar a comprar.

Esta desviación tan sólo existe para que mi sospecha no quede sin ningún fundamento: si la disciplina es desdeñada, no es porque sea indeseable, sino porque es difícil, o por lo menos aparentemente más difícil que no implementarla. La indulgencia -estéril- es aparentemente fácil y, en términos generales, por lo menos medianamente accesible. La disciplina raramente es bonita, pero su valor no se encuentra en el goce estético, sino en la materialización de ideales. La disciplina es rebeldía frente a condiciones presentes, o bien frente a futuros indeseables, y en ello es optimista. La disciplina nos hace libres en medida de que, en su ausencia, nos encontramos esclavos a todas esas tentaciones que nos privan de actualizarnos como individuos y de contestar la pregunta que busca los límites de nuestro potencial. Más de las veces, el potencial de las individualidades rebasa su horizonte soñado; pero no basta con soñar para acercar el horizonte, sino que falta caminar día con día en esa dirección. La disciplina implica tomar responsabilidad sobre las condiciones propias -hacernos cargo de nuestra vida en medida de lo posible-.

señora en la cima de la montaña

La disciplina implica constancia más allá de las circunstancias contingentes, como son el estado de ánimo y la motivación: en ello recae su capacidad transformadora y liberadora -su constancia es su fundamento-. Es precisamente cuando uno quiere ceder ante la tentación o la resistencia que existe la disciplina. La disciplina nos lleva, voluntariamente, a rutas difíciles de caminar, y en ello genera la resiliencia necesaria para caminar las rutas que el destino nos trae involuntariamente. En esto mismo también transmuta nuestra aproximación al resto de las inevitables dificultades de la vida y las vuelve más llevaderas. La disciplina no vuelve a la vida más fácil: vuelve a sus discípulos más fuertes.

La disciplina es también ciertamente frágil. Basta con fumar un par de veces para recaer en la adicción a la nicotina, mientras que dejar de fumar toma decenas de ocasiones en las que uno debe de resistir a la tentación. Basta con un mes de dejar de trabajar los músculos para que comiencen a atrofiarse, cuando toma meses o incluso años trabajarlos desde el comienzo; la disciplina es una guerra que no se gana y que trae nuevas batallas todos los días. Estas batallas se luchan a diario y, si me preguntan a mí, se ganan en las mañanas.

Mucho más se ha dicho y podría decirse acerca de la disciplina. Por lo que a mí respecta, sólo agregaría que, cuando la he adoptado, me ha salvado. Y aun así la he dejado ir por momentos.

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