Diego Francisco Calderón
Hoy se cumplen 23 años desde que los Estados Unidos fueron atacados por la organización terrorista Al-Qaeda. En Nueva York, la denominada «Zona Cero» preserva la memoria de las inmensas «Torres Gemelas» como si se tratasen de dolores fantasma de una sociedad que todavía no se recupera del luto. El 11 de septiembre no es una fecha cualquiera: marca la muerte del optimismo cultivado en los noventas con respecto al nuevo milenio, e inaugura propiamente una serie de enfrentamientos que determinan la política internacional del siglo.
Mucho ha sucedido desde 2001: Osama bin Laden fue abatido por la administración de Obama; los Talibanes, después de una ardua guerra con EE.UU, han vuelto a tomar control de Afganistán, y otros grupos islamistas ––como ISIS y Hamás–– han ocupado protagonismo en esta serie de conflictos violentos. Por su parte, Al-Qaeda se ha debilitado significativamente al punto en que rara vez adquiere relevancia mediática: 09/11 es su sombrío legado, y mientras que sigue siendo cuestión de lamento para el pueblo estadounidense, este ha seguido adelante ocupándose en otras problemáticas.
En cierto sentido, los atentados terroristas del 11 de septiembre son un tema ya fosilizado. Se ha adoptado una narrativa particular y con ella se han consumido las posibilidades de explicación de la agresión; dándole, en cierto modo, fin a la cuestión. Se conocen perfectamente bien el número de casualidades, la planificación del ataque, los motivos, e incluso los efectos económicos que derivaron del mismo. Sin embargo, a pesar de todo ello no se tiene una respuesta satisfactoria acerca de la decisión por atacar el World Trade Center.
En efecto, no ha habido un intento por querer encontrarle un sentido real al ataque a las Torres Gemelas. La explicación que se ha dado ve a la violencia como fin mismo del atentado.
De ahí que la respuesta de Estados Unidos fuese una «guerra contra el terrorismo». Las emociones causadas secuestran por entero la narrativa y pretenden explicar la totalidad del atentado. Así, bajo esta lógica, las 2977 personas que Al-Qaeda asesinó sirvieron simplemente para infundir miedo en la sociedad yankee. Terror en tanto que terror: en esto se agota el análisis de la tragedia.
No ha de sorprender que los sentimientos hayan tomado el papel protagónico en la racionalización de este suceso. La intensidad con la que se experimentaron dejó una profunda herida en el tejido social yankee. No obstante, el hecho de que el centro discursivo haya sido este, ha impedido que se reconozca la verdadera lógica que motivó la destrucción del WTC. Detrás del terror se encuentra una dimensión olvidada para el modern warfare: la guerra ontológica.
Para comprender la dimensión ontológica de 09/11 es importante remitirnos a los estudios culturales de Mircea Eliade en Lo sagrado y lo profano. Especialmente nos interesan las tesis acerca de la fundación del «espacio primigenio». Lo que se pretende estudiar aquí es la manera en la que los pueblos del mundo escogieron el lugar en el que construyeron sus civilizaciones. Sorprendentemente, el autor encuentra una constante en todas estas sociedades, desde los mexicas, los kwakiutl, hasta los conquistadores españoles. Según Eliade, toda fundación del espacio sigue las siguientes características:
a) Una ruptura en la homogeneidad del espacio que lo constituye como lugar sagrado;
b) esta ruptura simboliza una «abertura», merced a la cual se posibilita el tránsito de una región cósmica a otra (del cielo a la Tierra, y de la Tierra al mundo inferior);
c) la comunicación con el cielo se expresa indiferentemente por cierto número de imágenes relativas en su totalidad al axis mundi: pilar (véase la universalis columna), escala (véase la escala de Jacob), montaña, árbol, liana, etc.;
d) alrededor de este eje cósmico se extiende el «mundo» (=«nuestro mundo); por consiguiente, el eje se encuentra en el «medio», en el «ombligo de la Tierra», es el Centro del mundo (Eliade, 2018, p.32).
Un ejemplo nos puede ayudar a ilustrar la cuestión. Después de abandonar el mítico Aztlán, los aztecas se propusieron vagar el territorio en busca de un nuevo lugar en donde asentarse.
Huitzilopochtli, el Dios patrón del pueblo les augura que en dónde vean un águila posada sobre un tunal ahí deberán establecerse. Dicho y hecho, al llegar a la Cuenca de México encontraron tal señal y, en consecuencia, fundaron la gran México-Tenochtitlán; adoptando el gentilicio de «mexicas», el cual significa «los del ombligo de la luna».
Este mito fundacional contiene todas las características que describe Mircea Eliade. En primer lugar, el águila posada en el tunal marca la separación del espacio: el lugar en el que se encuentra no es igual a todos los demás, es sagrado. En segundo lugar, en tanto que lugar sagrado, es un espacio donde puede haber una comunicación con la trascendencia, tanto así que fue escogido por el mismo Huitzilopochtli. En tercer lugar, el nopal en el que se halla el ave representa la estructura vertical que marca el axis mundi ––el eje central––, y sabemos esto porque indica el lugar del ombligo de la luna: el núcleo cósmico.
En última instancia, las investigacione de Eliade sugieren que las civilizaciones están construidas con base en el siguiente modelo geométrico:
Ciertamente, el mundo islámico sigue esta estructura. Actualmente se estima que existen alrededor de 1,600 millones de musulmanes en el planeta (Infobae, 2014). Según el Corán, todos aquellos que confiesan que Allah es el único Dios, y que Muhammad es su profeta deben rezar cinco veces al día en dirección a La Meca. Esto significa que el 23% de la población total, desde todos los continentes habitados de la Tierra, se dirigen al mismo punto en cinco distintas ocasiones diariamente. El centro del universo islámico no es otro más que La Kaaba, un prisma negro supuestamente construido por Abraham y que, como imán, atrae a miles de peregrinos cada año.
La Kaaba, en tanto que axis mundi del islám, es lo que le da estabilidad a la civilización musulmana. Es el «punto fijo» con el cual se puede dar una orientación. De no existir, su mundo estaría sumergido en relatividad y, con ello, en confusión. Si algo hace esta edificación tan particular, es establecer una referencia con la cual entender todo lo demás. En resumidas cuentas: La Kaaba es el principio que ordena el universo y que procura que los adeptos a Allah tengan una vida con sentido.
Regresemos al atentado de 09/11. El ataque a las Torres Gemelas fue planeado por un grupo islamista, esto es, por un conjunto de personas que tienen esta estructura cósmica en mente. Si por algo se escogió el WTC como uno de los objetivos a destruir, no es tanto por ser un símbolo de la opulencia Norteamericana, o por ser edificios densamente concurridos. Más bien, lo que ocasionó que estas torres fueran seleccionadas fue que se juzgó que eran el eje del Occidente moderno.
No es difícil imaginar porque para alguien ajeno a la cultura occidental el World Trade Center puede representar el centro de nuestra civilización. Tiene una estructura vertical, como si se tratase de una columna gigantesca; miles de personas lo visitan desde todas partes del mundo, como si se tratara de peregrinaciones; y llegó a ser el edificio más grande de Nueva York y del mundo por un tiempo. La altura del WTC no es algo que deba ser pasado por alto. De hecho, uno de los criterios más populares para determinar la sacralidad de un lugar es su altura, ya que está próximo al cielo, esto es, a los Dioses. Incluso la tradición islámica considera que la Kaaba es el lugar más elevado de la tierra (Eliade, p.33).
De esta manera, el derrumbe de las Torres Gemelas por Al-Qaeda cobra un significado completamente distinto. Las muertes de los civiles fueron accidentales, meros daños colaterales; lo que realmente se pretendía, era desestabilizar a nuestra civilización. Al estrellar los aviones en el WTC se quiso destruir nuestro axis mundi, sacarnos de nuestro eje; y con esto, tornar nuestro mundo en un satélite desorbitado. El ataque no fue menor ya que «Toda destrucción de una ciudad equivale a una regresión al caos, a un estado amorfo, larvario, líquido». Al-Qaeda quiso ponerle fin al cosmos Occidental.
Es importante reconocer la disparidad de poder entre ambos bandos. Los Estados Unidos de América son la primera potencia militar del mundo, contando con armas de destrucción masiva y tecnología de espionaje de punta. El grupo islamista, por el contrario, no contaba ni con la ínfima parte de la infraestructura militar de su oponente. Osama bin Laden reconocía esto con claridad: si iban a atacar a EE.UU tenían que hacerlo de forma calculada, quirúrgica, en los puntos de presión de la maquinaria.
Para el 11 de septiembre de 2001, Al-Qaeda tenía planeado neutralizar tres objetivos: el World Trade Center, el Pentágono y la Casa Blanca. Como si fuese una torre de Jenga, los ataques iban dirigidos hacia los pilares de equilibrio del imperio yankee. Al dirigirse a la Casa Blanca, bin Laden quiso deshacerse de la facultad rectora del país; la agresión al Pentágono buscaba eliminar la fuerza física de EE.UU, y el atentado a las Torres Gemelas, cómo ya hemos visto, se dirigió al espíritu de la civilización, a su dimensión ontológica.
Como sabemos, solamente se concretó uno de los objetivos. El brazo armado de Uncle Sam no se vio afectado en lo absoluto; al contrario: se revigorizó e inició una campaña bélica fulminante en Medio Oriente. Asimismo, el gobierno tampoco pareció haber sufrido mayor daño. De hecho, George W. Bush logró reelegirse en parte por el terror que ocasionó el 09/11. No obstante, ¿qué sucedió con el ámbito ontológico? ¿Sufrimos de una desestabilización espiritual? ¿Nuestra sociedad se ha relativizado y radicamos en un caos cultural del cual no podemos hacer sentido?
A mi parecer la respuesta radica en quién le preguntes. Si me preguntan a mi, la respuesta es positiva: nuestra civilización carece de un orden, y esta falta de orden, a su vez, se traduce en fragmentación. La discordia en Occidente está al alza porque no tenemos un centro, un punto común al cual remitirnos. Sin embargo, sospecho que la desestabilización no fue producto de Al-Qaeda.
Llama mucho la atención que la sociedad yankee parece no haber registrado, en absoluto, el ataque como una ofensa “espiritual” u ontológica. Si la OTAN hubiese bombardeado La Kaaba, la comunidad musulmana hubiera denunciado, inmediatamente, que Occidente atentó contra su centro espiritual y que, con ello, desequilibraron el mundo islámico. Sin embargo, Estados Unidos enfocó, más bien, su atención en el terror que les provocó el atentado. Toda esta lógica fue omitida por la sociedad yankee; ni siquiera la tuvieron en cuenta.
Así, nos hallamos ante profundas incógnitas: Si estamos desestabilizados, ¿cuál fue el centro que perdimos, y cuándo fue que nos desorbitamos? En caso de que todavía radiquemos en un un mundo con sentido, ¿cuál es nuestro axis mundi? ¿Qué es ese punto común, fijo, que une a Occidente en un mismo mundo? A 23 años de nine-eleven nuestra civilización, y específicamente Estados Unidos, sufre una crisis cultural que se traduce en una crisis política.
A la larga, parece que Osama bin Laden resultó victorioso por contar con un aliado inesperado: Occidente mismo, el mayor impulsor de su propia destrucción.
Referencias
Eliade, M. (2018). Lo sagrado y lo profano. Paidós.
Infobae. (2014, September 29). El mapa del día: en qué países hay más cantidad de musulmanes. Infobae. Retrieved September 5, 2024, from https://www.infobae.com/2014/09/30/1598324-el-mapa-del-dia-que-paises-hay-mas-cantidad-musulmanes/
Los Angeles Times. (2021, October 17). La Mezquita de La Meca, al 100 % de capacidad por primera vez desde la pandemia. Los Angeles Times. Retrieved September 5, 2024, from https://www.latimes.com/espanol/internacional/articulo/2021-10-17/la-mezquita-de-la-meca-al-100-de-capacidad-por-primera-vez-desde-la-pandemia
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