Fernanda Contreras
Todo el mundo te dice dos cosas que no crees hasta que las vives:
Cuando tengas hijos, no vas a volver a dormir en paz.
Cuando tus hijos se van, vives algo que se llama “Síndrome del nido vacío”.
No me voy a detener mucho en la primera, pues no hay tanto que describir, aunque sí de sentir; te pasa desde el primer día y no descansas jamás, los hijos te preocupan siempre, ¿qué tan siempre es siempre? Hasta que nos morimos. Es un hecho.
Por otro lado, viví recientemente la segunda profecía con la partida de mi tercer hijo, el último. Estás preparado para que se vayan (según esto). Para eso los educas: para que vuelen, para que hagan sus vidas y se desarrollen. Esperas que formen una familia, la que quieran ellos formar, o que simplemente se formen, vivan y se adueñen de ellos mismos.
Les dimos las bases necesarias para hacerlo, sobre todo independencia y valores, ¿pero qué son los valores o cómo se miden? Prefiero no meterme en eso por miedo a que los filósofos se me puedan venir encima, o no, aunque acabaría en una plática interminable.
Lo que más les di, y de lo que más me siento orgullosa, es mucho amor, que sé que no hace daño. No es consentir; es amar, es educar, es llamar la atención, es hablar, es dialogar, es apertura, es aceptación y es respeto.
Finalmente volaron y me quedé sola. ¡Púm! así, de un día para otro. No lo vi venir, aunque sabía que el momento llegaría. Nunca estás preparado para ello. Si tienes esposo que también es el papá de tus hijos, no estás sola; pero ojo, no sabes si al irse los hijos te sientas más sola que nunca, porque lo que te unía con él eran ellos, pero no lo sé, no es mi caso. Por mi parte, tengo un esposo al que amo. No vivimos juntos y no es el papá de mis hijos. Por más compañía que me haga, por más que me ame, es algo que no compartimos y sí, me sentí sola, sentí el “Síndrome del nido vacío”.
Es un vacío muy difícil de explicar, solo se siente, nada más así: se siente y a veces lloras, a veces tratas de no pensar, de distraerte y recordar; recordarlos. Pero poco a poco dejas de sentir ese vacío en el estómago, en tu cabeza y en tu corazón, porque sabes que están bien, que volaron, que lo lograste, que son felices y que eres feliz por eso, muy muy feliz.
Tu vida cambia y hay que adaptarse a los cambios, vivirlos, disfrutarlos y empezar a construir una vida sin ellos. Volver a verte de nuevo y moverte es tan importante porque cuando lo haces, todo se empieza a acomodar y poco a poco empiezas a disfrutar, disfrutarte y reconstruirte. De pronto ves que finalmente no es tan malo, que pasa y que los hijos siempre van a estar de diferentes maneras. Cerca o lejos, están y los amas y me encanta pensar que ellos también a mí, me enamora la idea. Cada reencuentro es como si no nos hubiéramos dejado de ver, es la familiaridad y la complicidad de la vida que seguimos compartiendo.
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