Las metáforas que nos rigen: Reflexiones sobre La enfermedad y sus metáforas de Susan Sontag
- KRAKATOA
- 16 ago 2023
- 6 Min. de lectura
Simha Harari

La metáfora es un tema que desde Aristóteles ha despertado bastante interés. Sin embargo, pienso que por lo general se ha delegado su estudio a los campos de la retórica, la lingüística o la filosofía analítica, los cuales al empezar mi carrera me parecían sumamente aburridos. Todo cambió casi en mi último semestre, cuando me topé con un libro con el título de Las metáforas de la vida cotidiana (o Metaphors we live by), escrito por Johnson y Lakoff.
Aunque empecé a leerlo de mala gana —en ese punto de mis estudios, cualquier texto que me asignaran en una clase me irritaba muchísimo—, Las metáforas de la vida cotidiana acabó transformando por completo mis posturas acerca del lenguaje y su incidencia en la construcción de los límites de nuestro mundo. Los autores tienen una hipótesis muy interesante: el sistema conceptual ordinario que utilizamos es de una naturaleza fundamentalmente metafórica, y eso se debe analizar no nada más como un asunto del intelecto, sino como algo que rige nuestro funcionamiento cotidiano.
De no ser por la obra de Johnson y Lakoff, creo que La enfermedad y sus metáforas jamás hubiera llamado mi atención. Cuando lo recogí de un pequeño estante entre los vertiginosos pasillos de la Feria del Libro de Guadalajara, sin duda resaltó ante mi mirada por su título, que me remitió de inmediato a dicho texto.
Sontag no leyó a Johnson y Lakoff –o al menos no cuando escribió La enfermedad y sus metáforas–, pero mis lecturas de ambos textos no pudieron evitar entremezclarse de forma íntima. Sontag aborda una instancia específica del papel de la metáfora en la producción de realidades cotidianas: las narrativas, tropos y discursos que rodean a la enfermedad y la utilizan como figura.
Escribió este ensayo en 1977, cuando ella misma estaba atravesando el tratamiento de un cáncer avanzado. Unos años más tarde, la autora revisita su texto inicial para trasladar sus categorías y conclusiones a la pandemia de VIH de la década de los 80, y de ahí nace El sida y sus metáforas. Aunque mi edición contiene ambos ensayos me voy a centrar en el primero.
El problema del libro es el horizonte impuesto de sentido en los modos de vivir la enfermedad. Su pregunta de investigación puede formularse como sigue: ¿qué efectos tiene el pensamiento metafórico sobre la experiencia individual y cultural de la enfermedad? Sontag trae a la mesa dos ejemplos que analiza y explora de manera comparativa: el cáncer y la tuberculosis –y en el ensayo posterior agrega a su investigación el caso del sida–.
La autora argumenta, por medio de evidencia histórica y de la literatura, que las metáforas más extendidas sobre la tuberculosis y el cáncer han generado consecuencias negativas tanto en las vivencias como en los tratamientos de las mismas.
En el caso de la tuberculosis, Sontag apunta elocuentemente que los discursos generalizados entre el siglo XVII y el siglo XVIII tendían a verla como un asunto moral, ya sea para juzgar a lxs pacientes por su falta de vitalidad y de apego a la vida, o para reprocharles su exceso de pasión reprimida.
El último momento de esta actitud moralizante, para la autora, fue el romanticismo, donde el cuerpo tuberculoso se convirtió en una metáfora de la complejidad, la consciencia y un espíritu “más elevado.” Ella pone ejemplos puntuales y efectivos como la historia de Hans Castorp en La montaña mágica, las cartas de Kafka y algunos escritos de Novalis –quien, muy en las líneas del ethos romántico, pensaba que la enfermedad hacía “interesantes” a quienes la padecían; lxs singularizaba y les daba una excusa para retirarse del mundo y observar desde fuera.
A través de un abordaje riguroso del tema, Sontag concluye que dichas metáforas que estetizaron la tuberculosis no solo inhibieron la búsqueda de otros tratamientos más allá del exilio al campo o la montaña, sino que dieron un modelo de “vida bohemia” o de “refinación burguesa.” Ella habla de esta tergiversación de una dolencia porque le interesa mostrar cómo las metáforas pueden reducir a trivialidad el sufrimiento humano a través de “fantasías sentimentales.”

Pasemos al segundo ejemplo: el cáncer. Considero que el análisis de esta constelación metafórica se puede resumir con dos equivalencias: primero, entre el cáncer y la muerte; y, segundo, entre el cáncer y el mal. Sontag revisa muchas instancias de momentos históricos diferentes, de las cuales me parece relevante el caso del discurso médico contemporáneo, donde el cáncer se aborda mediante una terminología militar: “los tumores invaden” y “las células cancerosas colonizan,” por tanto, se ha de reaccionar con terapias “agresivas” e intervenciones quirúrgicas “radicales.”
Pero la otra equivalencia —la del cáncer como una sentencia de muerte— infunde la idea de que “el tumor vencerá.” Siempre buscará la forma de lanzar “nuevos ataques” contra el organismo, más fuertes que cualquier tratamiento.¹ A través de la adopción del vocabulario de la guerra, la medicina no solo ha caído en ambos tropos de sinonimia, sino que ha convertido el cuerpo de lx paciente en un campo de batalla.
Ahora bien, la primera implicación que se desprende del texto de Sontag es que las metáforas son más poderosas de lo que parecen. No solo están en el dominio de los pensamientos, sino que abren ciertos campos de acción y cierran otros; activan y desactivan posibilidades. De ese modo, equiparar al cáncer y al mal nos permite narrar sus tratamientos como violentos y agresivos, lo cual deshabilita abordajes desde otros lugares. Quizá un tratamiento de cáncer que no invitara al “combate militar” podría estar abierto a enfoques con más énfasis en el cuidado, o al menos no haría que lxs pacientes se sientan en medio de una batalla perdida.²
De esto surge la segunda implicación: debemos transformar las metáforas que usamos para hablar de la enfermedad. Es decir, si somos conscientes de que nuestro orden conceptual tiene una naturaleza metafórica, y que además eso incide en cómo nos conducimos por el mundo (retomando a Johnson y Lakoff), debemos aceptar que hay metáforas dañinas de las que quizá es mejor abstenerse.
Esto me parece muy valioso del texto: la consciencia que tiene sobre que ninguna metáfora puede ser neutral o producirse en un vacío. Las metáforas reflejan afectos, ideas o sensibilidades que están vivas en una cultura. Creo que el diagnóstico implícito en este ensayo es que las formas en que hemos narrado la enfermedad evidencian actitudes que hemos tenido como sociedad ante la muerte, a partir de lo cual hemos organizado la vida.
Hay dos ejemplos contemporáneos que muestran la relevancia de La enfermedad y sus metáforas. En primer lugar, creo que los discursos que se produjeron durante la pandemia de COVID-19 fueron menos que productivos. Replicando la terminología militar presente en los tratamientos de cáncer, se hablaba de que estábamos en “una guerra contra un enemigo invisible,” y de que era necesario fortalecer “las primeras líneas” de atención. También se describía al COVID como “agresivo,” cuando creo que el adjetivo más apegado a la realidad era “contagioso.” Quizá valdría la pena hacer una relectura de los argumentos de Sontag para estudiar los efectos negativos que tuvo esta retórica, tanto en los casos individuales como socialmente.
También creo que las metáforas que Sontag encuentra en la literatura sobre la tuberculosis siguen vigentes, aunque no con la misma enfermedad como objeto. Pienso que la nueva dolencia que revela una sensibilidad superior, una consciencia “de artistas,” pero que al mismo tiempo invita a enjuiciar a quien la padezca por su “falta de vitalidad” es la depresión. Y estoy de acuerdo con que este marco conceptual da muy pocas herramientas para hablar de sus causas y sus consecuencias reales, incluyendo sus potenciales raíces sistémicas.
Sontag nos presenta un análisis fascinante y multidisciplinario, trayendo categorías de la literatura, la poesía, la política e incluso la estética. En mi experiencia es un ensayo en el que encuentras pasajes nuevos que subrayar con cada relectura.
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¹ Sontag también estudia las extrapolaciones de estas metáforas a otros campos. Por ejemplo, las apariciones de la equivalencia entre el cáncer y el mal en el lenguaje político. En las afirmaciones como «el estalinismo es el cáncer del marxismo» o «Israel es el cáncer de Oriente Próximo», la figura del cáncer se utiliza para señalar una situación irremediable o «incondicionalmente vil», a la que usualmente hay que eliminar con violencia.
² Hay que decir que los tratamientos del cáncer son diversos; no hay una única forma de padecerlo y vivir con él. En muchos casos la retórica del “combate” se vuelve inevitable. Sería ingenuo pensar que no es una sensación común al vivir la enfermedad, considerando que son las categorías a las que tenemos acceso para comprenderla. Sin embargo, ¿podemos narrar el combate con otros matices? Hasta el momento se ha conceptualizado en relación con la historia bélica de occidente, que se ha visto –en términos muy masculinos– como la historia del sometimiento, la dominación o la eliminación del otro. Se ha narrado como un estado de excepción que permite la violencia. ¿Es posible imaginar otro lenguaje de la guerra?
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Referencias
—Sontag, S. (2008). La enfermedad y sus metáforas / El sida y sus metáforas. Debolsillo.
—Lakoff, G., y Johnson, M. (2015). Metáforas de la vida cotidiana. Cátedra.
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