Simha Harari
La teología es uno de mis intereses recientes, no porque me considere particularmente religiosa, sino porque muchos elementos de mi entorno me confirman diariamente que Dios, como estructura, está en todo. Y no hablo solamente de mi pertenencia a la comunidad judeo-mexicana. En contra de la narrativa moderna de que el progreso desemboca en la secularización, pienso que las categorías teológicas siguen enmarcando nuestras formas de habitar el mundo en todos los aspectos: desde la política -como ya afirma la teología política-, hasta el arte. Incluso en la organización no-gubernamental donde trabajo veo un trasfondo fundamentalmente teológico y salvífico.
Esta curiosidad por los modos en los que Dios, como una presencia casi metafórica, permea en muchos ámbitos inesperados de la configuración social me llevó a Dios Cuir de Marcella Althaus-Reid. El libro original en inglés se publicó en 2003, pero no apareció una versión en español hasta 2022 -trece años después de la muerte de la autora-, con la publicación de la Universidad Iberoamericana y la traducción de Leslie Pascoe Chalke. Me pregunté por qué no se había traducido al español antes, considerando que la autora era argentina, pero dejé de preguntármelo una vez que comencé a leerlo. Es un texto provocador que me imagino que no fue bien recibido en latinoamérica cuando salió inicialmente.
En el contexto de la dictadura argentina, Marcella Althaus-Reid comenzó a formarse en la teología de la liberación, un movimiento latinoamericano que buscaba la emancipación a partir de las vivencias de los grupos minoritarios u oprimidos. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que sus marcos conceptuales eran limitados, ya que mantenían el rechazo del cuerpo que caracterizaba a la iglesia cristiana como institución -o a la «teología totalitaria», como ella le llama-. Les faltaba encarnar y erotizar la teología. Por eso, la autora se fue a Escocia a hacer un doctorado, donde primero se dedicó a explorar la teoría queer y más tarde sus puntos de encuentro con la teología. De esa manera, se volvió una pionera de la teología queer -o cuir, en su traducción al español-, ella misma siendo parte de la disidencia sexual.
La autora señala que el concepto de Dios en Occidente ha estado determinado por su homogeneidad: a través de la episteme colonial, se ha ilustrado en un marco heterosexual, masculino y blanqueado. La religión misma ha sido un proyecto colonizador que ha impulsado un único modo de existencia y una única forma de sexualidad en nombre de este Dios homogéneo e incorpóreo. El libro busca, entonces, construir un punto de partida para una teología que redescubra a Dios en la otredad, la indecencia y la realidad contingente y material del mundo. La propuesta es «sacar a Dios del clóset» -cuirizarlo- y, con ello, encontrar una santidad otra.
Para elaborar este punto de partida, Marcella adopta una metodología intertextual, con la cual introduce una amplia bibliografía heterodoxa que permite poner en diálogo a la Biblia con el Marqués de Sade, por ejemplo. Leer este libro se siente como observar una discusión alegre entre Judith Butler, Chabela Vargas, Alejandra Pizarnik y Marx -en un antro gay, por supuesto-. Desde mi perspectiva, esta metodología es una invitación a abandonar la «pureza teórica»; a atrevernos a hacer teología sin miedo a la contaminación de otras disciplinas, autores y puntos de vista. Y la invitación podría extenderse a todos los campos de conocimiento, porque la pureza teórica en cualquier disciplina encubre un afecto colonial de expulsión de la otredad.
En la dedicatoria, la autora escribe que Dios Cuir está dirigido a todos sus amigos y amores y a todos aquellos que en la vida andan «sueltos y sin vacunar». Me parece una dedicatoria hermosa, la cual interpreto como un exhorto a no vacunarnos epistemológicamente: a dejar que la multiplicidad del mundo nos contamine como creadores de conocimiento, sin cerrarnos a ninguna perspectiva.
Hay un gesto muy valioso en esta elección metodológica, quizá por completo coherente con la empresa de cuirizar a Dios: dicha intertextualidad en un escrito netamente teológico implica una desacralización de las escrituras “sagradas”. Al ponerlas en conversación con tal diversidad de textos, de algún modo desaparece la jerarquía necesaria para mantener su sacralidad en el sentido tradicional. O, si no desaparece, por lo menos se convierte en una característica que ha de ser justificada. Ya no se puede tomar por sentado y eso habilita la posibilidad de re-interpretación.
En Dios Cuir, esta posibilidad se traduce en una hermenéutica libertina, que permite un fascinante traslado de las categorías teológicas para visibilizar o redimir a los cuerpos que han sido exiliados a las diásporas de la ciudad de Dios. Es decir, estamos ante una hermenéutica que puede entretejer lo ínfimo, lo encarnado y lo vulgar con lo trascendente.
Algunos conceptos que entran en crisis son la redención, la santidad, la dialéctica entre confesor y confesante y la propia noción de libertinaje: ¿acaso la libertad necesita terminar ahí donde empiezan los deseos libertinos? Al cuestionar estos conceptos, la autora pone al descubierto que toda teología entraña intereses o geografías sexuales: no hay teología que logre una neutralidad sexual, por más que trate de sostener que sí lo hace. Por ende, la redención y la santidad ahora pueden pasar por la vivencia de una sexualidad libre, diversa y plenamente encarnada. La redención ahora implica una re-territorialización, donde Dios se pueda encontrar en aquellos cuerpos diaspóricos.
A través de la hermenéutica libertina, Marcella hace una apelación a transformar las metáforas teológicas. De esa manera, el Dios Cuir también se vuelve el Dios Sodomita, el Dios Voyerista, el Dios de la Orgía y el Dios Poliamoroso. Esta terminología irreverente no deja de ser fiel a las interpretaciones prescritas por el cristianismo: el Dios Voyerista es aquel que lo ve todo, por ejemplo. El Poliamoroso es el que surge de Dios como una comunidad de tres, donde hay una expresión de amor. La diferencia es que, en esta nueva metáfora, es un amor encarnado: «Debemos pensar sobre una experiencia de Dios en movimiento, tal cual expresa la retórica de un desbordamiento erótico de la divinidad» (Althaus-Reid, 2022, p. 82).
Cuando observo que Dios, como estructura, está en todo me refiero a que trae consigo una episteme: una serie de marcos conceptuales que moldean nuestros modos de ver, narrar y actuar. Y eso sigue vigente incluso en nuestro mundo secularizado. Por eso la hermenéutica libertina de Marcella me parece tan productiva: porque cuirizar a Dios no solo pone patas arriba a la teología, sino a todo nuestro sistema de conocimiento colonial binario y jerárquico. La contrainstitución cuir desempeña un papel pedagógico tanto en la iglesia como en la sociedad: «Aquellos a quienes la teología ha clasificado como parte de la Nación Ajena a Dios hacen teología en sus recámaras, en sus tocadores, y nos pueden enseñar algunas cuantas cosas sobre Dios, el amor y la justicia» (Althaus-Reid, p. 70).
Fuentes:
Althaus-Reid, M. (2022). Dios Cuir. Universidad Iberoamericana.
Como nota al margen, no había leído este libro cuando escribí mi ensayo El dildo es la muerte de Dios, por lo cual quedo invitada a revisarlo.
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