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Epistemología post electoral: el problema de la inducción y el verificacionismo en nuestras creencias políticas.

Rodrigo Alemán

Epistemología Post Electoral

Después de un largo proceso electoral —aproximadamente 8 meses, sin contar las corcholatas y procesos internos de los partidos para elegir a sus candidatos—, el 2 de junio se llevaron a cabo las votaciones que decidieron el futuro de México. La presidencia, Senadurías, Diputaciones locales y federales, gubernatura de ocho estados, la jefatura de gobierno de la CDMX y un sin fin de alcaldías y municipalidades estuvieron en juego. Sin embargo, quizá el aspecto más importante de estas elecciones fue la decisión que la ciudadanía tuvo que tomar con respecto a mantener o rechazar la propuesta de gobierno encabezada por Andres Manuel López Obrador y Morena. 


Una vez que aproximadamente 170 mil (INE) casillas habían cerrado y las mesas directivas de casillas, junto con los representantes de los partidos, empezaron su conteo de votos, las y los mexicanos esperamos el inicio del Programa de Resultados Preliminares (PREP) y el resultado del conteo rápido del INE. Para nuestra sorpresa, parecía ser que todos habían ganado las elecciones; es decir, todos menos el INE anunciaron los supuestos resultados. A las 18:00 horas, tanto Clara Brugada como Santiago Taboada se decían ganadores de la Jefatura de Gobierno. A las 19:00 horas, una hora después del cierre de las casillas, Mario Delgado, dirigente de Morena, declaró a Claudia Sheinbaum como la futura presidente de México con una ventaja de 2 a 1. Al mismo tiempo, Xochitl Gálvez, candidata para la presidencia por parte de la coalición del PAN, PRI y PRD también se declaró ganadora. Todo esto cuando ni siquiera había iniciado el PREP.


Conforme pasaron las horas, los resultados del PREP empezaron a pintar una imágen más clara, todo parecía indicar una victoria de Morena desde lo local hasta lo federal. Sin embargo, aún se esperaba el conteo rápido del INE, el cual estaba previsto para las 22:00 horas y que, sin embargo, fue retrasado varias veces. Durante la espera, Xóchitl Gálvez escribió en una serie de publicaciones en X (antes Twitter) “¡Hoy no te duermas! Mantente atento y despierto”, “Los votos están ahí. No permitamos que los escondan” y “Quieren que te vayas a dormir creyendo que te ganaron. Mienten como siempre”. Asimismo, los ex-presidentes Felipe Calderón y Vicente Fox también utilizaron la plataforma para insinuar un posible fraude con alusiones a la “caída del sistema” en las elecciones de 1988 por las fallas en la página del PREP del Instituto Electoral de la Ciudad de México (ICEM).


Después de varias postergaciones por parte del INE, a las 23:51 horas, Guadalupe Taddei, Presidente del INE, anunció oficialmente los resultados del conteo rápido de la presidencia, el Senado y la Cámara de Diputados, dándole una victoria contundente a Morena con una diferencia de casi 30 puntos porcentuales entre Sheinbaum y Gálvez. Una hora después, se anunció el conteo rápido de la IECM en donde se proyectó a Clara Brugada como la siguiente Jefa de Gobierno. Ante esto, Claudia Sheinbaum dio su discurso de victoria y se dirigió al Zócalo a celebrar junto con Clara Brugada,  mientras que Xóchitl Gálvez y Santiago Taboada aceptaron los resultados y admitieron su derrota. Sin embargo, las publicaciones en X en las que se declaraban  victoriosos nunca se borraron.


Si tuviera que resumir las siete horas que acontecieron entre el cierre de las casillas y los resultados del conteo rápido en una palabra, la más adecuada sería incertidumbre. Esta incertidumbre, en gran parte provocada por la irresponsabilidad de los actores políticos, medios de comunicación y usuarios de redes sociales, fue también el inicio de una desconfianza generalizada de los resultados de las elecciones así como de los órganos electorales ante los ojos de una sección de la población mexicana. Esta turbulencia inicial sirvió como antecedente para que las personas tuvieran una apertura epistémica a la creencia de que el ejercicio democrático, así como las autoridades electorales, carecían de legitimidad y estaban plagados de errores graves que habían beneficiado en gran escala a Morena. Por lo tanto, ahora que nos encontramos en el periodo en el que hacen recuentos, se asignan los cargos de representación proporcional y se levantan impugnaciones, corremos el riesgo de confundir lo oscuro y confuso con lo claro y distinto; lo que está por confirmarse con lo ya comprobado. 


En términos simples, lo que está en juego es nuestra confianza en la democracia y nuestra estructura electoral. Cuestionar a las autoridades no es, por sí solo, algo malo. Incluso considero que es necesario. Sin embargo, para cuestionar eficazmente hay que estar bien informados. La calidad de las preguntas dictan la calidad de las respuestas y la calidad de las preguntas dependen, en gran medida, de la información que poseemos y nuestra habilidad de discernir entre lo confiable y lo engañoso.


El propósito de este artículo no es contestar a la pregunta de si hubo o no un fraude electoral a gran escala ni tampoco posicionarme respecto a los resultados. Es, más bien, un llamado a la responsabilidad epistémica en un ambiente altamente polarizado y repleto de información falsa o engañosa. Lo que sigue es un intento por explicar ciertos errores epistémicos y metodológicos al momento de informarnos en el periodo post electoral de recuentos e impugnaciones. Pese a que sería ingenuo pensar que una discusión política nunca estará permeada por inclinaciones ideológicas, es mi esperanza que con esta pequeña aportación por lo menos seamos más conscientes de cómo es que nos estamos informando y, al mismo tiempo, de los saltos lógicos que podemos llegar a hacer al momento de formular un análisis político. 


El problema de la inducción 


Dentro de un periodo electoral, o, mejor dicho, dentro del ambiente altamente politizado en el que se encuentra México, las opiniones políticas y críticas al gobierno nos rodean constantemente. Si además tomamos en cuenta el sector social específico en el que vivimos, a las personalidades y grupos a las que escuchamos y los círculos sociales relativamente cerrados en los que nos movemos, se puede llegar a inferir inductivamente¹ que las creencias que sostenemos y que escuchamos a nuestro alrededor son creencias compartidas por la gran mayoría de las personas. 


 

¹Esto significa que, a partir de ejemplos particulares, se sacan conclusiones generales.


      De manera más concreta, es fácil llegar a la conclusión de que, como todos los que me rodean y yo no estamos de acuerdo con las acciones de López Obrador y nos preocupa que Morena tenga una mayoría calificada en el Congreso de la Unión, entonces no es posible que Morena haya tenido la cantidad de apoyo que tuvo en estas elecciones. O, como otro ejemplo, por el hecho de que Santiago Taboada haya ganado con una enorme ventaja en mi casilla, infiero que esto debió de haber sido el caso en el resto de la Ciudad.


Sin embargo, como demostró el filósofo escoces David Hume,

Con respecto a la experiencia pasada, sólo puede aceptarse que da información directa y cierta de los objetos de conocimiento y exactamente de aquel espacio de tiempo abarcado por su acto de conocimiento (1748/2017, p. 77).


Asimismo, del hecho de que un objeto de la experiencia sea similar a otro objeto, no es lógicamente necesario que se comporte de la misma manera que el primero. En otras palabras, una experiencia pasada sólo nos da información sobre esa experiencia, no de posibles experiencias futuras y, al mismo tiempo, no se puede asumir con toda certeza que lo que no conozco es igual a lo que sí conozco, no importa que tan similar parezca ser.


Cuando un candidato o partido tiene la preferencia en una casilla o en la opinión de un grupo, solo puedo conocer lo que me presenten ese objeto y esas personas en ese momento determinado. Tomar el paso adicional de hacer una conclusión generalizada de la realidad política en México no se justifica lógicamente. Por más trivial que estas observaciones puedan ser, caer en la trampa inductiva tiene el riesgo de plantearnos una premisa, si no es que falsa, carente de una justificación válida. Esta premisa, que los resultados no son posibles puesto que no concuerdan con nuestra experiencia particular de la opinión política de la población, crea la apertura que nos puede llevar a aceptar acríticamente que es un hecho que se llevó a cabo un fraude gracias a una colusión entre el INE y el partido oficialista.


Solo con un plano general es que puedo, teóricamente, hacer un juicio más o menos exacto sobre el apoyo que un candidato pueda o no tener. Los mecanismos que tenemos para justificar este juicio son las encuestas estadísticamente representativas o  los resultados mismos. Sin embargo, estas no son soluciones libres de error, como se demostró con el caso de Massive Caller, la compañía encuestadora cuyo último pronóstico le daba una ventaja de 2.8% a Xóchitl Gálvez pocos días antes de la elección (Animal Político). 


Asimismo, uno de los ejemplos más famosos de los posibles errores metodológicos de las encuestadoras ocurrió en las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 1936 cuando una empresa, The Literary Digest, recopiló sus datos (casi dos millones de respuestas) a partir de guías telefónicas y registros automovilísticos. La encuestadora predijo que ganaría el Republicano Alf Landon con una amplia ventaja frente al Demócrata Franklin D. Roosevelt. Sin embargo, ocurrió exactamente lo contrario. ¿Por qué falló la encuesta a pesar del alto número de encuestados? Porque en ese tiempo solo aquellas personas que se encontraban en centros urbanos y contaban con un alto poder adquisitivo, precisamente las personas que conformaban la base de Landon, eran aquellas que contaban con un teléfono o un coche. Por lo tanto, los resultados no fueron representativos de toda la población estadounidense (Weston, 2013, 33).


De igual forma, usar los resultados como una fuente de justificación también puede ser problemático, pues son los resultados mismos los que son objetos de cuestionamiento. Por lo tanto, incluso con la evidencia que sí tiene el potencial de justificar una creencia de manera adecuada se requiere de una capacidad de discernimiento entre evidencia suficiente e insuficiente; confiable y no confiable. Sin embargo, este proceso de discernimiento tampoco está libre de complicaciones, pues la metodología que se emplee para encontrar evidencia suficiente puede llevarnos a un autoengaño, o, mejor dicho, convencernos sobre la veracidad de nuestras creencias escogiendo la evidencia a conveniencia.


Epistemología Post Electoral

El verificacionismo

“Llega un momento —dice Bachelard— en el que el espíritu prefiere lo que confirma su saber a lo que lo contradice, en el que prefiere las respuestas a las preguntas. Entonces el espíritu conservativo domina, y el crecimiento espiritual se detiene” (2000, 17). Esta preferencia por la respuesta que a la pregunta es, esencialmente, un criterio moralizado para tomar decisiones epistemológicas de reunir y descartar evidencia. Sin embargo, tomar esta actitud implica creerse en lo correcto de antemano. Es argumentar que lo que justifica a X es válido porque prueba a X. A simple vista, esto no parece ser epistemológicamente ilícito; sin embargo, al hacer esto ya no es la verdad lo que nos importa, sino poder confirmar que nuestra respuesta previa a la investigación fue siempre la verdadera. En otras palabras, es poner a la carreta en frente de los caballos. 


Una metodología proveniente de este estancamiento del espíritu al que se refiere Bachelard es el verificacionismo, la asumpción de que una tesis se puede creer como verdadera o probablemente verdadera por medio de evidencia positiva, es decir, evidencia que demuestra la validez de la tesis. Sin embargo, “la racionalidad de la ciencia no radica en su hábito de recurrir a la evidencia empírica para apoyar sus dogmas —esto es lo que hacen los astrólogos—” (Popper, 2022,205). El problema del verificacionismo es precisamente una combinación entre el problema de inducción del apartado anterior junto con la preferencia del espíritu por la respuesta en vez de la pregunta. Es decir, tiene una dimensión tanto epistemológica como psicológica.


Epistemológicamente, de ejemplos particulares no puedo hacer juicios universales; mas psicológicamente mi espíritu prefiere la certeza a la duda. Como resultado, me quedo con lo dado, con lo que creo como verdadero, e ignoro la posibilidad de que no esté en lo correcto. En otras palabras, suspendo la pregunta y dejo de buscar lo verdadero.


Si aterrizamos todo lo anterior a nuestro contexto post electoral, se puede ver todo lo que está en juego. En la era digital, nuestra manera de conocer el mundo y lo que sucede dentro de él depende principalmente de las redes sociales, motores de búsqueda y plataformas de videos como YouTube. Sin embargo, todas estas herramientas dependen de algoritmos entrenados para mostrarnos contenido que sea cercano a nuestros gustos y opiniones y, en cierto modo, verificarlas y petrificarlas. La era digital es la era verificacionista. El avance exponencial de estas nuevas tecnologías no parece haber sido sinónimo del crecimiento del espíritu científico sino que, paradójicamente, vivimos en una era cuyo espíritu científico parece haberse estancado. Por lo tanto, al estar inmersos en esta condición, creer que hubo algún tipo de fraude electoral y verificar esta creencia por medio de ejemplos particulares es una actitud epistémica en la que no solo es fácil caer sino que activamente se nos invita a hacerlo.


Un gran ejemplo de esto es el caso de una publicación hecha por Latinus, la cual cuenta con 90.5 mil likes y que fue compartido 35 mil veces que decía “Habrá recuento de votos en 60% de las casillas de la elección presidencial por inconsistencias entre actas y PREP, anuncia el INE”. La publicación ya asumía que había inconsistencias entre las actas y el PREP y lo postuló como una causa para que se hiciera el recuento. Sin embargo el motivo por el que hay recuento es precisamente para encontrar estas inconsistencias. De igual forma, los recuentos no son sucesos extraordinarios en los procesos electorales, tanto así que en el 2018 se abrieron el 77% de las casillas (Martinez y Urrutia, 2024). Lo que esto demuestra es que bajo el espíritu verificacionista, una persona promedio ya se sentiría lo suficientemente justificada en creer que hubo fraude a gran escala sin tomar en cuenta otros datos que la podrían falsear.


Asimismo, hubo comentaristas políticos inconformes con los resultados que empezaron a buscar evidencia que confirmara su creencia en que hubo fraude electoral. Por ejemplo, hubo aquellos que apuntaron a distritos electorales cuya cantidad de votantes era mayor al de la población de la región “titular” del distrito como evidencia suficiente. Sin embargo, precisamente por que estos casos aparentaban verificar su tesis, ignoraron el hecho de que hay municipios/alcaldías que comparten distrito electoral, como es el caso con Cuajimalpa y Álvaro Obregón en el Distrito 17 Federal.²


 

² Es importante aclarar que el propósito de este ejemplo no es refutar el argumento más débil sino más bien demostrar lo fácil que es caer en el error con una metodología verificacionista.


Por otro lado, tanto Xóchitl Gálvez como Santiago Taboada utilizaron redes sociales para pedir que sus seguidores mandaran fotos de las mantas con los resultados de sus casillas. Más allá del hecho de que cada partido tiene derecho a tener representantes de casilla a lo largo de toda la jornada electoral y que después del conteo cada representante firma el acta y se queda con una copia, por lo que es cuestionable la razón por la cual se necesitaría acudir a redes para reunir las mantas, también en este caso hay un riesgo verificacionista; pues no queda claro si el fin de este llamado sea tener evidencia de todas las actas o solamente aquellas que demuestren algún tipo de fraude. Esta distinción es importante, pues incluso si sí hubo casillas en las que hubo irregularidades, lo cual es probable, no necesariamente es el caso que estas irregularidades hayan tenido un impacto lo suficientemente grande como para afectar sustancialmente los resultados de las elecciones. Para hacer esta evaluación se necesita un análisis global de las casillas, lo cual es más difícil lograr si se adopta una metodología verificacionista, pues solo se estarían buscando casos específicos que demuestren la tesis.


Todos estos ejemplos no son demostraciones de si hubo o no fraude, sino más bien nos demuestran lo fácil que es caer en el error a partir de una metodología defectuosa. Mi esperanza es que este análisis epistemológico post electoral nos lleve a ser más conscientes sobre cómo nos estamos informando y que podamos tener una manera más crítica de interpretar nuestro mundo. La epistemología no es una rama filosófica que simplemente se quede en un artículo académico o un libro, es una herramienta indispensable para vivir, relacionarnos con el otro e incluso vivir en democracia. Si bien existe la libertad de decir lo que pensamos, también tenemos que tener la responsabilidad de pensar lo que decimos. 




Bibliografía:

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