Mariana Torres
Ayer, 8 de abril de 2024, fui a #IberoDialoga porque me gusta la política: especialmente qué implicaciones tiene en los derechos humanos. Cuando se trata de política, pocas veces me verán en silencio viendo al resto debatir: me encanta hablar, argumentar, y siempre cuestionar; y como parte del debate, me gusta que me contesten de regreso. Por eso #IberoDialoga era el espacio perfecto para mí, porque podía estar cara a cara con una candidata que ha suscitado una inmensidad de debates. Preparé mi pregunta con semanas de anticipación, la revisé, la memoricé, y corrí para poder tener la oportunidad de preguntarla.
No lo logré. Aquello no significó que fuera infructífero. En cambio, pude concentrarme en otro aspecto interesantísimo del evento: el profundo apoyo que recibe Xóchitl Gálvez. Alguien detrás de mí gritaba con ahínco: «¡Xóchitl presidenta!». Fue esa misma persona que unos minutos antes me vio tomándole fotos a Santiago Creel y me preguntó quién era.
Al terminar el evento, esperé a que se tomaran las fotos con la candidata y que el auditorio quedara vacío. Cuando salí por fin, algo además del color del cielo por el eclipse captó mi atención: una marea de personas estaba expectante a un suceso protagonizado por megáfonos y carteles de colores. En medio de consignas a favor de la candidata y en contra del oficialismo, no me contuve y grité con todas mis fuerzas: «¡¿Por qué?!»
Las reacciones que vinieron después fueron de todo tipo: algunos me ignoraron, otros me abuchearon, y alguien más me contestó de regreso; no respondió mi pregunta, pero no perdió la oportunidad de decir que estaba sesgada. De lo que no se daba cuenta, era que no pretendía hacer una apología al gobierno actual; sino que como filósofa, yo quería saber el porqué, cuál era la justificación detrás de sus afirmaciones.
Salí de entre la multitud con varias ideas en la mente: ¿Acaso estas reacciones fueron el producto de la creatividad de estos individuos exaltados o acaso son el resultado lógico de los discursos que les atraviesan?
Otra pregunta que cruzó mi pensamiento fue: ¿Cómo podría abandonar yo el supuesto sesgo que me criticaron? Quizás, en un universo paralelo, en el que hubiese sido estudiante de las escuelas que planteó ayer Xóchitl; así, sin ideologías, pero sí aprendiendo cómo funcionan las máquinas, concentrándome en cómo operar una tableta y nada más, sabiendo inglés gracias a mi tablet, mi pregunta no habría sido Why? Tal vez ni siquiera habría tenido esa emoción que gritó conmigo «¿Por qué?»
Y es que de todo lo que ha dicho Xóchitl tanto antier en el debate, como ayer en la Ibero, hay algo que persiste en su discurso: la idea de neutralidad. Frente a las críticas a los partidos que abanderan su candidatura, Xóchitl responde que ella no milita, que solo es una ciudadana; a las preguntas por educación, contesta que su propuesta va por la tecnología y no por la ideología; en cara al conflicto Israel- Palestina, la candidata opta por condenar la violencia sin tomar ningún bando ¿Qué significa esa neutralidad tan buscada por Xóchitl? Esa objetividad que sólo puede ser alcanzada dando la espalda al proyecto de nación actual.
Cuando me gritaron «¡Tú estás sesgada!» lo hicieron desde la posición que ellos consideran como “neutra”. Mientras que mi cuestionamiento fue tildado de “ideología irracional", sus aseveraciones quisieron apropiarse de la “objetividad”. Después de la etiqueta que me achacaron, nada que yo dijera podía tener valor. A sus ojos todo argumento que procediera de mí, no tenía fundamento alguno y con esta lógica, eliminaron mi propio agenciamiento. En general, el reproche por mi supuesto extremismo estaba enmarcado en la presuposición de su propia racionalidad: neutral: libre de pasiones. En su actitud, subyace un miedo al espíritu filosófico que quería poner a temblar hasta las creencias más arraigadas.
Para estas personas, la política efectiva, real y significativa tiene que partir forzosamente de la neutralidad que puede ser alcanzada por un ánimo templado y sin influencia alguna de sentimientos. Desde su lógica, un discurso válido es aquel que ha sido librado de todo tipo de pasión que bulle en nuestro interior. Así, pretenden que solo el enojo, la tristeza, y la indignación destiladas en técnica, logística y tecnología, pueda tener lugar en la discusión política.
No considero que abandonar las pasiones sea algo deseable para la atmósfera política. Los que vivimos la política desde la emotividad, queremos conservarla, porque de hecho, nos moviliza. Hacer política escuchando las demandas del estómago y del corazón es lo que nos hace verdaderos animales políticos. Digo «animales políticos» no en el sentido aristotélico, me refiero a la política que se hace desde lo personal, a flor de piel y desde las entrañas.
Sus abucheos fueron un gritó de adiestramiento ––«¡Sentada!»––. En general, podemos decir que esta forma de hacer política tiene como fin precisamente la domesticación del animal político. Se pretende que la irracionalidad que nos enciende en debate sea doblegada en favor de una lógica que remite al humano y la “civilidad”. Frente al animal político se desea imponer el humano-ciudadano.
¿Cómo pretenden adiestrarnos y conseguir esa neutra racionalidad política? ¿Qué es ser un humano-ciudadano? La estrategia para eliminar al animal político es sencilla, consiste meramente en sacarlo de su hábitat natural: la polis. Se crean leyes que limitan el acceso al espacio público y lo fuerzan a instalarse en lo privado. Esto, como consecuencia, lo desterritorializa: abandona su historia, sus vínculos, su comunidad.
El abandono de los espacios públicos, la separación de las esferas públicas y privadas, es lo propio del humano-ciudadano, que dejando atrás su condición de animal, se enfrenta a la necesidad de dureza: debe apagar sus emociones y privarse de la sensibilidad. De lo contrario, arriesga a no poder obtener la objetividad prometida. Si en su destierro añora su hogar perdido la irracionalidad socavará su legitimidad y con ello, será banalizado como fui yo al ser tachada
de “sesgada”.
El humano-ciudadano no pertenece en ningún lugar, por eso se asienta en un espacio neutro. Se desplaza libremente, pero a cuestas de perder todo interés por los lugares y por quienes se encuentran ahí. No guarda sentimientos porque eso amenazaría su racionalidad. En este sentido, frente a lo colectivo y territorializado, los discursos y las propuestas de Xóchitl Gálvez se enmarcan en la lógica de la individualidad. Solo a través de apagar las emociones es que concibe la racionalidad, la objetividad, neutralidad y calculabilidad.
Esa dureza lleva a una «ética de la indiferencia», que personifica muy bien Xóchitl Gálvez, y aunque recurre a su historia personal desde un ámbito “afectivo”, lo hace con fines políticos, con el objetivo de crear simpatía y subir en las encuestas. Por eso también, podemos encontrar declaraciones como las de Diana, hija de Xóchitl, en los que afirma que su mamá tuvo que ––y cito––: «Domesticar su acento indígena». La posición en la que se encuentra la candidata ha cultivado tal indiferencia que la han llevado a un abandono de la afectividad para dar lugar a la lógica del aprovechamiento, de la neutralidad.
Por eso Xóchitl solo puede concebir a los migrantes desde una dimensión económica, sin considerar de inició aspectos afectivos; por eso plantea una educación enfocada en operar máquinas para ser un obrero dispuesto a la producción, sin considerar que la educación puede elevar nuestro espíritu sin capitalizarlo; y es por eso que para X el problema colectivo con el sector salud hay que resolverlo desde empresas privadas, porque ante todo se debe de considerar a la salud desde la objetividad de las ganancias.
Al final de cuentas, esa indiferencia no es sólo de Xóchitl, esa ética de la indiferencia es la que se necesita para votar por ella, porque no importan los partidos que la abanderen, la invitación es votar por X por su carácter de ciudadana. El argumento siempre es el mismo: ignora que es del PRI, PAN y PRD; ignora que plagió parte de su tesis; ignora que se codea con Alito, e ignora que han fallado en proteger a la comunidad LGBT: lo importante es que la “razón” esta de su lado y no se alimenta de un resentimiento que será usado en tu contra. Es la misma indiferencia que pide de sus votantes, elegir a Xóchitl en las urnas requiere de una indiferencia por el otro, por sus dolores y denuncias: ese en términos resumidos es el proyecto de Xóchitl Gálvez, el proyecto de la individualidad total, del neoliberalismo.
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