Camila Sarmiento
Desconozco si era el efecto de una noche opaca por las nubes o la lista de pendientes que siempre dispersa y borrosa, susurraba en mi mente; pero esa noche me sentí cayendo del borde, las lágrimas que brotaban de mi alma eran espesas pero escasas. En el sofá, la criatura que vive conmigo me miraba con atención, sus brazos colgantes y flácidos se movían con lentitud como si bailara o intentara sentir el aire que rodeaba su cuerpo.
Hacía miles de años desde que yo vivía sola, flotando en la tina, pensando cada movimiento, sintiendo cada fibra mía, oyendo cada susurro de mi mente. Mi soledad había parido a la criatura y en mis temores más lúcidos vivía para aterrorizarse y convertir mis dedos en fuego hasta evaporarse al chocar con el agua de la tina.
Un día espejo a los demás, un sonido diferente rebotó por la habitación. Se trataba de una visita del exterior, de muy lejos. -Nadie se había atrevido a visitarme desde que mi cuerpo dejó de ser bello y mi rostro dejó de ser joven -. Levanté mi cuerpo desnudo con la única fuerza que me quedaba y permití entrar a aquel desconocido. Era una criatura extraña, vestía una armadura blanca titanio y un casco negro marfil cubría donde debía haber un rostro. Su voz era familiar. -Me llamó Astronauta y viví por dos mil años en un satélite -.
Así era, Astronauta pasó varios días contándome sus años viendo la vastedad del universo y la densidad de las estrellas a través de un cristal. Astronauta lucía cansado y solitario, teniendo la falsa sensación de sinestesia por sentir tristeza al ver el color del universo, y yo no sabía cómo me había encontrado, pero mi corazón se sentía conectado al caliente con el de Astronauta, la criatura que me había salvado de ahogarme por completo.
Después de invitarme a algunas aventuras, sentía que el alma de este individuo y la mía bailaban al unísono en un plano fuera mi entendimiento, incluso fuera de lo material o lo imaginario; estaba totalmente enamorada de su rostro sin rostro y sus melosas palabras que arrullaban mi ya podrida piel, sin embargo, lo único que podía decirle eran vagos intentos de palabras de amor y miradas profundas por exiguos segundos.
El monstruo que vivía en mi sofá permaneció solitario por muchos meses. Sintió ira. ¡Todo es culpa mía! Mi miedo lo hizo una gigantesca pesadilla con llagas infectadas envueltas alrededor de su cuerpo. Con su apariencia incontrolable tomó a Astronauta del cuello en un paralítico instante, rompió su visor con el filo de las uñas y por el artefacto de su micrófono comunicador, alcanzaba a escucharse el único ruido que se sentía en la habitación, cada respiro que terminaba con lo único de aire que quedaba en su cuerpo Antes de terminar la última bocanada que daría por el resto de las veces me miró queriendo decir algo y su voz ahogada apenas entendible a través de su casco revelado me miró antes de dejarnos, antes de poderme decir te amo, antes de mi lenta muerte que se dió… el día que Astronauta me encontró.
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