Inés Pastor
Mis hábitos nocturnos, a lo largo de mi vida, han sido metamórficos. Durante mi infancia temprana, como muchos niños, necesitaba de la ayuda de mi mamá para quedarme dormida. Ella me ponía dentro de la carreola y me daba vueltas en el cuarto hasta que la moción repetitiva me cansara lo suficiente. Años después, pasé a inventar mi propio método para inducir el sueño: cantar en fuerte a modo de arrullarme. A veces, eran canciones que ya conocía y en otros momentos eran melodías que creaba en ese momento, así que además de ser una técnica efectiva para dormir, era un ejercicio creativo.
Durante esa época de mi vida también comencé a tener sueños lúcidos, en donde me daba cuenta que estaba dormida y podía habitar el reino somnífero conscientemente. Con esa habilidad, hasta las pesadillas eran placenteras. Después, cuando aprendí a leer, adentrarme en un libro se convirtió en mi ritual nocturno favorito, hasta que llegó la adolescencia. En ese entonces, al introducir un celular a mi vida, comencé a restarle tiempo a la lectura y a sustituirla con la pantalla. Esto marcó un claro detrimento en mis hábitos de sueño.
¿Qué pasó después? Bueno, seguramente ya te lo imaginas, pero comencé a tener que esforzarme más para quedarme dormida, ya que la luz azul que emiten los celulares evita la producción de melatonina. Así, poco a poco inicié mi formación como persona nocturna. No fue hasta finales de mi carrera universitaria, especialmente mientras escribía mi tesis, que me convertí en toda una experta. Durante esos meses, sentía que la madrugada era cuando mejor podía trabajar. Sin embargo, me era necesario utilizar cafeína como combustible si quería evitar cerrar los ojos antes de las cuatro de la mañana. Mantenerme despierta hasta tan tarde era un esfuerzo, no se sentía natural y podía observar los efectos dañinos en mi persona. Aunque durmiera suficientes horas esa noche, al día siguiente me sentía lenta, malhumorada y con un sistema digestivo inestable -aunque ésto último se lo atribuyo a los cafés-.
A pesar de esto, debo admitir que estar despierta hasta tan tarde tenía sus encantos. Era acogedor saber que nadie más en mi casa estaba despierta y que no iba a irrumpir ningún sonido que no viniera de mi computadora o de mi propia garganta. Además, había cierta complicidad en ver luces prendidas en las casas de mis vecinos y yo me distraía preguntándome qué tipo de actividades estaban realizando que les mantuviera despiertos hasta tan tarde. Así, aún con la tesis entregada, mantuve un horario de sueño tardío y se volvió más fácil quedarme despierta hasta las tantas de la madrugada.
Me di cuenta que la persona que traía el correo a mi calle siempre llegaba por ahí de las 3:40, que había una señora que paseaba a sus perros como a las 2 y que había un taxi que se estacionaba afuera de casa de mis vecinos y se iba unas horas después. ¡Interesante! Era presenciar otra faceta de la vida de la cual me había perdido por estar dormida. La vida sigue aún cuando la mayoría de la gente duerme. Así, me alimenté la narrativa de que soy una persona nocturna. Pero, ¿qué tan determinantes son los hábitos de dormir de cada persona? ¿De qué depende el que me haya adaptado a vivir por la noche con facilidad? Más importante aún: ¿algún madrugador que confirme que ha recibido la ayuda de Dios?
Nadando entre estas preguntas, pensaba en todas esas veces en las que me quedaba a dormir a casa de alguna amiga y, habiéndonos acostado a la misma hora, para cuando yo me paraba de la cama ella ya había desayunado y estaba casi preparada para salir a pasear. Entonces, ¿qué tipo de predisposiciones existen en torno a ser una persona nocturna o una madrugadora? y ¿qué tipo de carga genética viene a juego?
Bueno, de entrada, para hablar en términos biológicos, es indispensable mencionar a los ritmos circadianos, que son aquellos que regulan los tiempos biológicos de nuestro organismo en periodos cercanos a las 24 horas. Este reloj biológico, por llamarlo de algún modo (y sin referirme a los procesos de la fertilidad) varía de una persona a otra. Por ejemplo, alguien con ritmos circadianos alentados será más propenso a dormirse más tarde y lo opuesto ocurriría con alguien con el reloj adelantado. Estos ritmos biológicos son heredados a través de generaciones. En el episodio de ¿Qué dicen mis genes de mi? del podcast «Se Regalan Dudas», mencionan que aquellas personas que pueden desvelarse con facilidad pudieron haber tenido antepasados que eran, por ejemplo, vigilantes nocturnos y que debían permanecer despiertos durante muchas horas para evitar peligros. Así, de manera transgeneracional, puede que nuestra genética cargue con aspectos evolutivos que en algún momento ayudaron a nuestros antepasados a sobrevivir.
Además de esto, existen múltiples trastornos del sueño que nos pueden afectar, como el insomnio y su antítesis la hipersomnia, la parálisis del sueño, el bruxismo nocturno, la apnea del sueño, el sonambulismo, el síndrome de las piernas inquietas y los terrores nocturnos. La mayoría de estas condiciones pueden ser heredadas y pueden desencadenarse por algún estímulo específico, como un exceso de estrés o un evento angustiante. No obstante, ésto no significa que estemos condenados por nuestra genética, porque si ese fuera el caso, yo no podría decir que mis hábitos de sueño han ido cambiando según las diferentes épocas de mi vida. En realidad, sucede que el sueño -o la falta de - puede ser un reflejo de lo que estemos viviendo en ese momento de la vida. Sin embargo, debo recalcar que al decir que es un reflejo de nuestro mundo, no me refiero a que es una relación unilateral, sino que también es posible modificar el sueño según nuestras necesidades específicas y así comenzar a crear el tipo de vida que queremos llevar cuando estemos despiertos.
Así que bueno, yo ahora les hablo desde el otro lado: comienzo mi día a las seis de la mañana con un jugo verde y un mantra, salgo a correr, leo las noticias, avanzo en mi novela y ayudo al menos a dos viejitos a cruzar la calle… todo esto antes de desayunar. ¿Difícil? ¿Acaso nunca has intentado meditar, bro? Evidentemente estoy bromeando; la verdad es que sí he dejado atrás la vida de persona nocturna - a pesar de recordarla con cariño - y ahora encuentro placer en despertarme temprano, al menos entre semana. Intento mantener una fórmula mañanera que incluye mover mi cuerpo, escuchar música y comer un espléndido desayuno. Me funciona porque ahora prefiero vivir de día y dormir de noche. Y aunque ya no conozca los eventos secretos de la madrugada, sí puedo observar aquellos que se asoman en las primeras horas del día.
En realidad, la mañana también tiene esa quietud que me atraía acerca de la noche y además puedo observar los efectos de la velada anterior. Ahora, ¿cómo llevé a cabo el cambio? Más que nada, con práctica y repetición. Con exposición a luz del sol en la mañana y menos exposición a la luz del celular por la noche. Manteniéndome ocupada y activa durante el día para estar cansada más temprano. Evitando sustancias que pudieran activar mi cerebro a una hora inoportuna. Yendo a terapia y escribiendo para desenredar mis preocupaciones. Diciéndome a mí misma a la de tres me paro… una, dos, dos y medio, t r e e e e e e e s.
Ahora, más que nunca, me parece interesante conocer los hábitos de dormir de la gente que me rodea. Le pregunto a mis papás si están durmiendo bien. Mi siguiente reto es regresar a los sueños lúcidos que manejaba tan bien de chiquita. Y tú, ¿has tenido hábitos de dormir cambiantes? ¿Qué crees que dice tu sueño acerca de ti? Buenas noches.
Bibliografía
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Frangie, A., Sahágún, L. Ponce, A. (Anfitrionas e invitada) (2023, enero 17).
¿Qué dicen mis genes de mí? (No. 325) [Episodio de podcast] En Acast. https://open.spotify.com/episode/0CjfA3RVs1I8grBYhGPkqU?si=7381b6e85fd144f0
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